En el Magreb, iniciativas populares para paliar las deficiencias sanitarias


21 febrero 2020, Argel


La crisis del coronavirus saca a la luz disfunciones sanitarias en los países del Magreb (Argelia, Marruecos, Túnez), en una coyuntura política crítica para algunos de ellos. Más allá de sus fronteras, las redes sociales tienen un papel preponderante a la hora de servir como llamada de socorro, desde los mismos establecimientos de salud pública, frente al vacío de las políticas estatales.

¿Qué puede representar semejante crisis cuando, lejos de nuestras representaciones eurocéntricas de salud pública, afecta a países con sistemas sanitarios ya ampliamente debilitados?  
Ante la aceleración de la pandemia, estos tres países del norte de África adoptaron medidas de restricción para limitar la propagación del virus y aseguran hacer todo lo posible frente a esta situación inédita.


En Marruecos, donde el virus se propaga rápidamente con riesgos de mortalidad elevados para las personas más débiles, varios vídeos grabados por pacientes infectados por el virus que denuncian las condiciones de estancia en los hospitales públicos reabrieron la polémica sobre el estado del sector sanitario, pariente pobre del presupuesto del Estado.

En un vídeo publicado el 16 de marzo – ya no disponible en las redes –, grabado en el hospital Moulay Abdellah, en la ciudad de Salé, una de las contagiadas deja en evidencia la situación deplorable del edificio, entre pasillos atascados con pacientes y cubos de basura de los cuales desbordan mascarillas y guantes usados. “¡Mirad, desechos que se amontonan en los pasillos! Llevo tres días aquí, y las bolsas de la basura siguen en el mismo sitio”, se preocupa la autora del vídeo.

Por otra parte, investigaciones lideradas por el periódico Le Desk aseguran que Marruecos recurrió muy tarde a los diagnósticos, debido a insuficiencias económicas: “Las autoridades, cuya comunicación sigue parsimoniosa e unilateral, reciben cada vez más críticas y no publicaron oficialmente el numero de kits para detectar el virus”.
Hoy, día 11 de abril, Marruecos contaba con 1527 casos confirmados, 141 personas curadas y 110 muertes, entre ellas, 3 médicos afectados en el ejercicio de sus funciones – el personal sanitario se encuentra en primera línea y sufre directamente la falta de material y medidas de seguridad. El reino dispone en total de 44 hospitales para recibir a casos confirmados del coronavirus, 32 centros de consulta especializados y 1640 camas hospitalarias.


En la Argelia vecina, el profesor Kamel Bouzid, jefe de servicio y presidente de la Sociedad argelina de oncología medica confesaba en el diario digital TSA que “la crisis sanitaria pone al descubierto los fallos del sistema de salud”. Sigue siendo el país más afectado del Magreb (y de todo el continente africano), con 1825 casos confirmados, 275 fallecidos y 460 personas curadas.

Sin embargo, el país sufre una doble pena, la de una crisis sanitaria sobre un fondo de crisis política, en plena pausa del movimiento anti-régimen Hirak, impotente frente a la amenaza sanitaria. Un descanso decidido de forma unánime dentro del circulo militante, y del cual el poder aprovecha para reprimir con más intensidad: Sofiane Merakchi, Khaled Drareni (periodistas) o Karim Tabbou (militante) son las figuras más conocidas de la represión de la justicia argelina. Una mano de hierro en guante de goma.

Las reivindicaciones del Hirak que llevaron los argelinos a las calles son múltiples, y entre ellos se encuentra la situación del sistema de salud que, a pesar de los indudables éxitos, sigue minado por la incompetencia y la corrupción masiva.


Manifestación del 22 de noviembre 2019, Argel


En la ciudad de Blida – epicentro de la pandemia, con mas de 40% de los afectados ingresados en sus hospitales –, el toque de queda es total (a diferencia del resto del país, los habitantes se tienen que confinar totalmente). En la denominada la “Wuhan argelina”, el personal paramédico del hospital Frantz Fanon lanzó una llamada de auxilio en el periódico Algérie Part: “Señor presidente, ¿dónde están los millones de mascarillas?”

En 2017, 150 000 argelinas y argelinos tuvieron que acudir a clínicas privadas tunecinas, mientras que los mismos tunecinos solicitaban el servicio publico argelino, porque menos costoso. Recodamos también el expresidente Abdelaziz Bouteflika como uno de los “pacientes estrella” de los hospitales europeos, lejos de las estructuras de su propio país.


En Túnez, país estancado en un marasmo económico, el sector sanitario ya había sufrido una conmoción el año pasado con una serie de fallecimientos de recién nacidos. Testimonios terribles que ponían de relieve la suciedad, la mala gestión del personal o la falta de material de la gran mayoría de los hospitales.

El profesor Wissem Hachfi (hospital universitario de Sousse) confiaba en una entrevista para Mediapart que las reservas se actualizan semanalmente y que la preocupación por quedarse sin material sigue creciendo.

Sin embargo, la pandemia alimentó también el debate sobre el auge floreciente del sector privado, adonde se dirigen los que tienen acceso, mientras que las clases más adineradas suelen viajar a países extranjeros.

Aunque menos afectado que sus vecinos, Túnez tampoco pone buena cara a nivel de sanidad pública: el país fue el territorio idóneo para el desarrollo de una densa red de clínicas privadas. Establecimientos que practican un “turismo médico” donde acogen a una clientela relativamente privilegiada, sobre todo extranjera, en busca de tratamientos estéticos.

Con 671 casos confirmas, 25 fallecidos y 25 personas curadas, el gobierno ha puesto en marcha sin embargo una página web con toda la información y para recaudar fondos contra el coronavirus.


Ante lo que podría ser interpretado como una forma de “desprecio” respecto a sus habitantes y sus profesionales de salud, una de las interrogantes que nos tienen que alertar es la consecuencia directa de la situación socioeconómica sobre la población, trastornada por más que una sola crisis sanitaria.

¿Cómo quedarse en casa cuando la gran parte de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y que la supervivencia de la familia se apoya en una economía de las artimañas?
¿Cómo la sociedad civil, desde la propia calle, llega a hacerse cargo de los fallos sanitarios de los estados?

La contribución de cada una de las partes de esta sociedad solidaria toma múltiples formas. Los vendedores callejeros y otros oficios “informales” lanzaron iniciativas populares como la confección de mascarillas y gestos de solidaridad hacia las familias más necesitadas (hay que recordar que muchos hogares no benefician de un seguro de enfermedad).

Akram, militante asociativo de la capital argelina, lo resume así: “Teniendo en cuenta el numero limitado de centros de análisis y de diagnóstico, y en vista de la desconfianza que existe y que siempre existirá sobre el numero preciso de personas contagiadas, nos hemos organizado, como grupos voluntarios, para recolectar mascarillas, batas para los médicos, guantes y gel hidroalcohólico”.

Las iniciativas se multiplican en estos tres países mediterráneos, como en la ciudad tunecina de Kairouan, en el centro de país, donde 150 trabajadoras – en gran mayoría, mujeres –, se pusieron en cuarentena en la propia fabrica y se dedicaron a confeccionar mascarillas, gorros, monos estériles y otras protecciones, para la plantilla médica, “sobre la base del voluntariado”, según confirma el director, Hamza Alouini. También en Marruecos, ciudades como Tánger, Rabat, Casablanca, El Jadida o Marrakech fueron el escenario de talleres de fabricación de mascarillas, protagonizados por jóvenes benévolas.

La falta de recursos para los hogares más humildes es también uno de los ejes de estas redes, como esta iniciativa de jefes cocineros tunecinos que formaron un comité de solidaridad para cocinar y repartir voluntariamente comida para todos los profesionales de la salud de distintos centros hospitalarios del país.

En Argelia también, las redes de solidaridad vecinal se propagaron aún más rápido que el virus para paliar la debilidad de las infraestructuras sanitarias: ayuda con las comidas, fabricación de material, desinfección de los espacios públicos… como cuenta Mohamed Chebla, DJ de 35 años para Middle East Eye: “Acondicioné mi piso en Cherchell (barrio del oeste de Argel), para que puedan entrar a vivir 10 personas. Viven en el piso médicos y especialistas en reanimación.”

En la región norte del país, agricultores y campesinos adoptaron un sistema de cadena: designan a 5 personas en cada barrio, dos hacen la lista de las necesidades y calculan una estimación, y los tres otros recogen, compran y redistribuyen. En este video, los habitantes de un pueblo cabileño ponen al día el modelo ancestral de asamblea “Tajmaât”, antepasado del sistema de republica democrática, en el cual cada uno de los participantes tiene un papel en la organización comunitaria y solidaria del pueblo.


Lo que sucede en los barrios, merece mención aparte. En Cabilia, los habitantes instalaron de manera autogestionada un sistema de control en las distintas entradas de los pueblos, como se aprecia en este video, grabado en el pueblo de Azazga. “Mi pueblo se confina”, comenta el autor del tweet, “controles en la entrada, el comité del pueblo autoriza solo los desplazamientos necesarios, tras la desinfección del vehículo. Jóvenes voluntarios se encargan de las compras cotidianas”.

Si hay algo más que une a los habitantes del país, es la desconfianza que tienen hacia el gobierno, tras las elecciones boicoteadas del pasado 12 de diciembre. En el centro urbano de la capital Argel, las iniciativas proliferan y se comparten en las redes sociales, como escribe Houari en Twitter: “Mientras el régimen mafioso de los generales sigue reprimiendo nuestras libertados, las y los argelinos conscientes actuamos de manera voluntaria para la salud pública. Instalamos distribuidores de gel hidroalcohólico en las calles del país”.


Es en este contexto de disfunciones de salud y de mala gestión política, pero también soledad y miedo, que los pueblos respectivos de Argelia, Marruecos y Túnez tienen que hacer frente a los desafíos sanitarios, sociales y económicos que supone el Coronavirus. Las autoridades magrebíes confían en el uso de la cloroquina, actualmente testada en los centros hospitalarios de los tres países, pero si existe un tratamiento que dio ya sus frutos, es sin duda el de la solidaridad, el de abajo.


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